Jamil Mahuad: Cometí errores, pero no me siento culpable porque actué de buena fe
(entrevista con El Universo) Veintiún años después de la asonada indígena militar que lo derrocó, el expresidente Jamil Mahuad Witt ha escrito su testimonio sobre la crisis económica y la adopción del dólar como moneda en Ecuador. Lo hizo en un libro de más de mil páginas, que incluye testimonios de un grupo de sus colaboradores, así como acápites con consejos sobre administración pública llamados Capítulos Excálibur. La obra se titula Así dolarizamos al Ecuador. Memorias de un acierto histórico en América Latina (Planeta, 2021).
Instalado en su casa, no muy lejos de Harvard University (Estados Unidos) y casi al borde del río Charles, Mahuad (71 años) dialogó con EL UNIVERSO sobre el proceso de contar esta memoria, que es una defensa de las dramáticas medidas que tomó. En su improvisado estudio, en una esquina de la sala, nos muestra en la computadora algunos documentos que le sirvieron para recrear lo vivido. Justo debajo de la gran pantalla, tiene un recuerdo de su ascendencia jesuita: una estampa a color de la Virgen Dolorosa, aquella litografía que parpadeó en el Colegio San Gabriel de Quito en abril de 1906.
La nostalgia por el Ecuador está presente en el libro, escrito en una prosa pulida y repleto de metáforas y símbolos. Asegura que el país no aprende de las lecciones del pasado y por eso advierte que la orfandad política del mandatario Guillermo Lasso le recuerda lo que vivió en 1998, cuando no podía llegar a acuerdos democráticos en el Legislativo.
¿Por qué su versión sobre cómo llegamos a la dolarización aparece 21 años después?
No pude contar la dolarización por el golpe de Estado. Creo que hay cosas en la vida que aparecen cuando están listas. He madurado muchísimo las ideas, era un tema tan brutalmente emocional que mucha gente no estaba lista para oír nada. Uno de los propósitos es contar lo que pasó para dejar un testimonio histórico. Me encantaría que el Ecuador pueda darse cuenta de cuántos de esos problemas están todavía ahora y que no vuelva a cometer los mismos errores como país.
El presidente hizo lo que tenía que hacer, en un país que parecía un manicomio, con un Congreso fraccionado y un Banco Central independiente. Queda una sensación de que Mahuad no hace un mea culpa.
Yo huyo de las modas, y una de las modas es que hay que pedir disculpas de cualquier cosa. La culpa implica que usted tenga la intención de hacer daño. Uno toma decisiones, la incertidumbre es muy grande, las cosas pueden salir bien o mal, pero que tiene que jugarse. Cometí errores, pero no me siento culpable porque actué con buena fe, tomé las decisiones pensando en el país, no en mí. Honré el cargo de presidente de la República.
¿Cuáles cree usted que fueron sus errores de buena fe?
Debí monitorear más de cerca el campo militar, lo traté desde una manera muy profesional. El día del golpe, un presidente de otro país latinoamericano me dijo: “Oye, Jamil, y el día del golpe ¿dónde estaban tus amigos militares?”. No tenía relaciones de amistad; dada la idiosincrasia del Ecuador, creo que eso fue un error. Creo que una limitación es que no fui capaz de convencer a las élites de trabajar juntos y pensar en programas de mediano y largo plazo.
Logró la paz con el Perú, implementó el bono y dolarizó la economía, tres grandes logros; sin embargo, siempre se lo recordará por el congelamiento.
Así es. He aprendido que cada vez que la gente tiene un dolor muy grande, eso es lo que recuerda. Una amiga me dijo: “Al final del día, cualquier decisión que tú tomes te lleva a escoger entre comer bien y dormir bien”. Si uno toma decisiones alineándose con su GPS interior y moral, toma decisiones para dormir bien; lo más probable es que además pueda comer bien. La vida ha tenido momentos de gran injusticia conmigo: creo que estar 20 años fuera de mi país, por mera persecución política, sin duda es una injusticia terrible. Pero la vida ha sido muy generosa, mi actitud hacia la vida ha sido de agradecimiento.
¿Cómo vive con esa balanza inclinada?
¿Qué le dejo al país? Goberné en democracia, tuve la peor de las circunstancias y, sin embargo, me mantuve en democracia. Tenemos la paz, el bono de desarrollo, el Servicio de Rentas Internas, la dolarización, la declaratoria del Yasuní como área protegida, y tenemos algo que fue necesario hacer: el congelamiento.
Su argumento es que resolvió la hiperinflación, la gente lo interpreta como una medida para proteger al Banco del Progreso.
El libro tiene el propósito de explicar la verdad como nosotros la vivimos desde el Gobierno. ¿Qué habría pasado si no congelábamos? Había tres filas en los bancos: en la primera fila era para cambiar cheques, la segunda para comprar dólares y la tercera para enviarlos afuera. Había corrida bancaria, corrida en dólares y fuga de capitales. Y un Banco Central independiente que tomó todas las medidas posibles sin resultados.
¿No fue para proteger a los banqueros?
Doy mis argumentos. Firmo el decreto el 11 de marzo y el Banco del Progreso cierra el 22. Entonces ¿hago esta brutalidad política de inmolarme congelando para ayudar a un banquero y el banco cierra once días después? ¿Soy un imbécil que se suicidó políticamente para nada? A pesar de toda la presión, del alcalde León Febres Cordero, de las cámaras de la Costa y los diputados, y el banco no se reabrió. En octubre, cuando (el propietario del banco) Fernando Aspiazu se da cuenta de que esto va en serio, él llama a una rueda de prensa y dice: “Yo contribuí a la campaña electoral”. Me trata así porque lo que hice, según él, le perjudicó.
Fue un chantaje.
Llamémoslo venganza. Aspiazu era un prohombre de Guayaquil, no recibí dinero de un paria sino de un prohombre, que me dijo: “Yo represento a un grupo de empresarios guayaquileños”. Tampoco fui el único que recibió sus aportes. Además del banco, su segundo gran interés era la empresa eléctrica Emelec, y en mi Gobierno Emelec fue intervenida porque se iba a terminar la concesión y había que determinar quién le debe a quién. El otro interés era el canal SíTV, que nunca pudo convertirse en nacional. Y por último, su libertad, pero terminó preso.
Sus enemigos argumentan que por la contribución fue el congelamiento.
El extremo más ridículo que utilizamos aquí en Harvard para demostrar que ese razonamiento es una falacia es: yo mando tarjetas de Navidad y luego viene la Navidad, por lo tanto, las tarjetas produjeron la Navidad.
Cuando asumió en agosto de 1998 ¿no sabía el problema de los bancos?
Cuando yo asumo la Presidencia, había dos corrientes: unos decían que había algunos bancos en problemas y otro grupo que hablaba de crisis sistémica. El organismo con la función específica de definir esas cosas se llama Superintendencia de Bancos, pero de manera sistemática esta institución decía que el sistema estaba muy bien, por escrito, mes a mes.
La creación de la Agencia de Garantía de Depósitos y el traspaso del mayor banco del país, Filanbanco, bajo control de la AGD, se lo pasa muy rápidamente en el libro.
Todo depende de cómo usted lo enfoque. De lo que he estudiado, las crisis se deben a tres causas: mala práctica bancaria, que incluye créditos mal dados; mala ética de los gerentes, que se prestan a sí mismos, como Aspiazu; y la tercera causa, mala suerte o factores externos, como el fenómeno de El Niño, que afectó al banano y al camarón. Pedimos ayuda al Banco Mundial para saber cómo la enfrentábamos y nos envió expertos. La reforma a la Ley de Bancos de 1994 permitió que aumentara el porcentaje de los créditos que daban a sus empresas relacionadas.
Volvamos a 1998 y a la AGD.
Déjeme ir allá. Se dio la reforma de 1994, pero la Superintendencia se quedó con un sistema de supervisión de la edad del burro. Se autorizaron operaciones offshore y ahí se armó el despelote. El Banco Mundial, no Jamil Mahuad, sirviente de banqueros, nos dice: “Hay que crear lo que terminó siendo la AGD, un sitio adonde vaya la parte dañada de los bancos para que el sistema pueda seguir viviendo”. Ahí entra el Congreso, porque se necesita mayoría. Mi gran temor es que a Guillermo Lasso le termine pasando mucho de lo que me pasó a mí, que lo ataquen, desde la izquierda y la derecha, lo aíslen, digan que está enfermo y terminen asesinándolo políticamente.
La ley fue cambiada en el Congreso y se garantizó el 100 % de los depósitos y se sustituyó el impuesto a la renta por el 1 % a las transacciones comerciales.
¿Y en qué país del mundo usted mete a todo el sistema financiero en auditorías internacionales? Era tal la cantidad de acusaciones regionales, Costa contra Sierra, que dijimos: “Necesitamos expertos mundiales que nos digan qué está pasando”.
La AGD terminó absorbiendo casi la mitad del sistema financiero, parecía que no había carne y hueso, sino solo hueso.
Sí había carne y hueso. Imagínese que yo llego de presidente en agosto de 1998 y anuncio que sometemos a todo el sistema bancario a una auditoría internacional. El abogado de la Presidencia me diría: “¿Con qué atribución hace eso?”. El superintendente de Bancos tenía que hacerlo, una autoridad nombrada por el Congreso y los candidatos que yo tenía para ese cargo nunca tuvieron los votos suficientes. Termina siendo Jorge Egas Peña, el único de los nombramientos que no propuse. Él tenía todos los informes que le decían que los bancos están bien, entonces ¿cómo diablos pone a los bancos bajo auditoría? Si yo hubiera sido un poquito (Rafael) Correa, hubiera dicho: “No creo en ningún informe y me ponen todo el sistema bancario bajo auditorías”. Hubiera sido un incendiario, este Nerón que se llama Jamil Mahuad, poniendo pánico a la población.
¿Se sintió más de una vez rehén de los socialcristianos?
Mi partido tenía un tercio de los votos. Las opciones eran el Partido Social Cristiano o la Izquierda Democrática-Pachakutik. La otra era el Partido Roldosista Ecuatoriano y todo pasaba por la amnistía para Abdalá Bucaram, lo que era inmoral para mí. Jaime Nebot había jurado no subir impuestos, la Izquierda Democrática jamás iba a subir impuestos. Igual que ahora, es que son los mismos. Con los socialcristianos nunca hay acuerdos políticos. Es como que voy a volar de Boston a Houston, con escala en Nueva York, y ellos dicen: “Resulta que hasta Nueva York vamos en el mismo avión, no porque nos hayamos puesto de acuerdo, y de Nueva York a Houston, olvídate, yo voy solo”. Así funcionan ellos. El PSC y el PRE son partidos verticales y mantienen su palabra, un poco a lo mafia.
O palabra de caballeros, los pactos políticos no se escriben.
¿Qué pasa en Izquierda Democrática? Para temas con el Perú el vocero era Paco Moncayo, para temas económicos Guillermo Landázuri, para políticos Wilfrido Lucero, Andrés Vallejo o Rodrigo Borja. Igualito que le pasó a Guillermo Lasso hace poco, para unas cosas era Dalton Bacigalupo, para otras Wilma Andrade. Hay cosas calcadas. El lado negativo con el PSC es que usted tiene que leer un acuerdo político como una póliza de seguros.
La letra chiquita cuenta.
Sí, es que esto está excluido. Eso no forma parte del espíritu o del entendimiento, de eso no se ha hablado y en eso no estamos de acuerdo. Cada partido tiene una cultura organizacional, cada uno opera de diferente manera. Rehén tiene una connotación negativa, como presidente era una persona forzada a buscar un acuerdo en democracia.
El PSC siguió en política sin ser señalado como corresponsable de la crisis, mientras que la DP nunca pudo levantar cabeza.
En el libro hay todo un capítulo sobre el chivo expiatorio. Cuando alguien tiene la culpa nadie más tiene la culpa y es una salvación para el resto. Mahuad tiene la culpa de todo. Somos corresponsables, yo fui presidente pero había un Congreso Nacional, y también una Izquierda Democrática. En Ecuador, las élites sociales, sindicales, económicas, políticas no se ponen de acuerdo.
Su libro cuestiona también al Fondo Monetario Internacional por la poca ayuda que recibió.
Necesitaba 200 millones de dólares y hubiéramos superado el conflicto. El FMI ahora es una pálida sombra de lo que fue hace 20 años. En ese entonces aplicaba la misma política a cualquier país. El gran cambio es la entrada de China en el mercado. Entre 1997 y un poquito más allá del 2000, hay varios presidentes que no pudieron terminar su periodo en la región: en Paraguay, en Perú, en Bolivia, en Argentina, en Haití, hasta en Venezuela. Si usted es médico, va a decir: “Esto es una epidemia”.
Que se solucionó con el boom de materias primas.
Por eso las economías se estabilizan, porque los que nos caímos éramos de derecha, de centro, de izquierda, personas con experiencia o sin ninguna experiencia, outsiders o políticos cuajados…
Y usted lo que dice es que el FMI no estaba preparado para esto.
El mantra era democracia, abrir la economía y reducir el tamaño del Estado. Si usted hace las tres cosas, va a ser feliz. En el libro cuento mi conversación con el FMI, les dije: “No puedo hacer una reforma tributaria, el Congreso no me la pasa”, y el director Michel Camdesus me responde: “El FMI trata con países, no con presidentes de países, el arreglo interno es problema del país”. Cuando yo anuncio la dolarización es porque ya tenía los votos en el Congreso. Nebot dijo: “Ya, yo apoyo esta cosa”.
Su argumento es que la dolarización no fue improvisada, que se preparó desde septiembre de 1999.
Así es. Si yo no me caía y aguantaba tres meses, yo tenía el mismo destino que Gustavo Noboa, se tranquilizaban las cosas y empezaba a cosechar. Noboa mantuvo al equipo.
¿Usted nunca volvió hablar con Noboa?
Verá, a ver cómo le gusta esto: los hombres de Estado hablan de políticas públicas, los políticos candidatos tienen la tendencia a hablar de encuestas y de elecciones, los periodistas tienen la tendencia a encontrar conflictos, porque esa es el corazón de la noticia. Por eso el tema de Gustavo no lo topo, boicotearía el propósito de este libro. Al comienzo del libro digo: “Si alguien compra este libro para ver a quiénes echo yo la culpa de todo, se va a frustrar”.
¿Por qué el FMI cambia debido a China?
China entra y los países pueden vivir sin el FMI, pueden conseguir préstamos en mejores condiciones o sin condiciones. El Fondo debe adecuarse al nuevo mundo y comienza a analizar caso por caso. Por eso pasó lo de Argentina, la gran cantidad de plata que le dieron a Mauricio Macri, y por eso lo apoyan a Lenín Moreno.
También critica la independencia del Banco Central, un argumento en el que coincide con el expresidente Rafael Correa.
Es totalmente distinto. Hasta un reloj dañado da la hora correcta dos veces al día: el reloj dañado tiene los punteros fijos y dos veces al día es cierto que son diez para las tres. Mi razón no tiene nada que ver, porque Correa parte de que el presidente de la República es el presidente de todos los poderes. Hace 23 años se planteó que hay que independizar a la política monetaria de la política electoral, el directorio del Banco Central debía durar seis años cuando los Gobiernos duran cuatro, y para sustraerlo de la influencia política, el Congreso debía escogerlos. El resultado es que lo volvió mucho más político. Yo estaba luchando por reducir el déficit y no podía subir los impuestos, entonces corté los subsidios para cuadrar las cuentas, y el BCE tomó una decisión sin coordinar conmigo y aumentó el déficit, era de locura.
Usted cuenta lo que hizo el Gobierno de Correa para que regresara al Ecuador a la cárcel. ¿Se siente un perseguido político?
Aún lo soy. Correa gana la elección y dispone que mi juicio se reabra, yo estaba con sobreseimiento provisional. Amenazaron al presidente de la Corte Suprema con destituirlo. Desde entonces he pasado de juez correísta en juez correísta, de fiscal correísta en fiscal correísta, no importa la prueba que presente.
Su argumento es que el congelamiento fue una decisión de política pública y que en ese entonces no existía el delito de peculado bancario.
Firmé un decreto ejecutivo polémico, toda política pública es polémica, pero ¿delictivo? No me beneficié de nada. Eso es lo que termina diciendo Interpol. El caso está ahora en la Corte Constitucional. Tengo la esperanza de que personas que no funcionan respondiéndole al dictador de entonces puedan ahora actuar en derecho y hacer justicia.
¿Por qué en el libro hay estos acápites que son una especie de manual de política pública?
Estoy en la Kennedy School of Government, de Harvard University. La universidad es famosa en el mundo por el estudio de casos, yo aprendí mucho de eso y para mí son momentos de reflexión interior, de análisis. En el libro cuento por qué los incluí.
En el libro se siente su nostalgia por Ecuador. ¿Hubiera sido distinto si ganaba Andrés Arauz en lugar de Guillermo Lasso?
El libro estuvo terminado en diciembre del 2020. Creo que el ambiente hubiera cambiado con uno y con otro, porque así es la realidad. Esta es una memoria, uno habla no solo desde la cabeza, sino desde los sentimientos. A los 50 años perdí el trabajo, la profesión, la familia, los amigos, el país, todo eso me tocó a mí, de golpe perdí todo, y gracias a Dios caí parado.
¿Quiere regresar definitivamente a Ecuador?
Tengo el derecho de estar en mi país, como cualquier ciudadano del mundo; tengo el derecho a un nombre limpio, porque no he cometido ningún delito, y allá tengo a mi familia y a mis amigos. Claro que tengo nostalgia por mi país. Quiero destacar que este no es un libro que está escrito desde el odio ni desde la rabia, sino en honor a mi patria.
La gran paradoja es que la gente valora más la dolarización gracias a Rafael Correa.
Lo único más popular que Correa en su momento, su pico, era el dólar. Culpó al dólar de todo lo que le pasaba y al mismo tiempo no se atrevió a cambiarlo. La última elección presidencial termina definiéndose en buena parte por la permanencia o no del dólar. El gran problema es que no aprendemos y seguimos repitiendo los mismos errores. El país merece que a Guillermo Lasso le vaya bien. Hay que cuidarse de lo que yo llamo la triple A: ataque, aislamiento y asesinato político. ¿Cómo le puede ir bien al pasajero de un avión si al piloto le va mal, si no lo dejan pilotear? (I)