Selección Colombia llora su eliminación del Mundial de Catar
Venció a Venezuela, pero no se le dio el resultado en Lima. A esperar cuatro años
o es un sueño, aunque los jugadores quisieran abrir los ojos, parpadear, y creer, ingenuos, que aún no están eliminados, que el partido contra Venezuela ni ha empezado, o que la eliminatoria no se ha acabado, que queda alguna oportunidad. Pero no, el papel no miente, la cancha tampoco. La realidad está escrita en grandes letras negras: ¡Eliminados del Mundial! La selección Colombia no va a Catar ni al repechaje, y no es fantasía, es realidad y no de la mágica.
Tocaba dizque ganar contra Venezuela y se ganó 0-1. Tocaba dizque hacer goles, y les alcanzó para uno. Tocaba dizque rezar por gestas ajenas, y hasta allá no les alcanzó. Los peruanos rezaron mejor. A los 5 minutos ya tenían el regalo divino, el gol que a ellos les sabía a cielo y a Colombia a infierno.
Si Perú ganaba, no importaba cuánto sudor y lágrimas derramara Colombia en Venezuela. Podía ganar 100 a 0 si eso fuera posible, y nada cambiaría la historia. Es el castigo celestial de depender de otros.
La Selección arrancó su último partido de la eliminatoria eliminada. Y lo terminó doblemente eliminada. Y nunca estuvo cerca del milagro. Jugó sus 90 minutos finales sobre un puente en llamas. El equipo le dio la bandera nacional a Luis Díaz, su mejor hombre, para que él comandara la caballería, pero él solo no podía, y menos cuando en frente había una muralla móvil, el portero Faríñez, que ocupó todo el arco. Atajó uno, dos, tres, cuatro remates, como para confirmar que Colombia solo hace goles si pone un poco de imaginación.
Y así pasaron 10, 15, 30 minutos y nada. Todo igual. Perú ganando. Colombia empatando contra el equipo que ahora dirige Pékerman. Y sin gol. Y sufriendo en los dos arcos, allá porque no entraban, y acá porque Venezuela asomaba. A David Ospina le tocó amarrarse los guantes para evitar una catástrofe peor.
Antes de terminar el primer tiempo, hubo una luz, débil, pero luz al fin y al cabo. Aunque eso ahora solo sirva para llorar sobre letras derramadas. Fue un golpe sobre Borré en el área, una imprudencia, la jugada pasó por el estrado del VAR, el juez Sampiao señaló el crimen: penalti. James agarró el balón como si fuera suyo, lo miró, una caricia, quizá unas palabras, y la pelota, tan resistida, no le comió cuento, fue a un palo al que Faríñez, dueño del viento, voló y atajó. En ese momento alguien tuvo que rezar más fuerte que los peruanos, que ya ganaban 2-0 –quizá se relajaron en los ruegos–, porque el juez repitió el penalti, ya que Faríñez se adelantó. James buscó reconciliación, “no peleemos más, pelota”, debió decirle, y la convenció, aunque por si las dudas la castigó con un remate violento, al mismo palo de antes, y la pelota fue adentró como si gritara, 1-0.La mente en Lima
James Rodríguez.Foto:
EFE
A partir de ese momento, con medio partido por delante, Colombia ya no jugaba en Venezuela, Colombia se desdobló en cuerpo, alma y mente a Lima, a ver si allá se daba su clamor. Colombia ya no rezaba por Colombia sino por Paraguay. A esa altura a la Selección no le temblaban las piernas sino el pensamiento, con la idea macabra de no ir al Mundial.
El partido se fue extinguiendo y Colombia se fue resignando, no hizo más goles, no los necesitaba, se fue despidiendo de Catar como una Selección desorientada, perdida en el camino hace tiempo. Una Selección que buscó a Catar solo en los mapas y ni ahí la encontró. Así que esta Selección, la que no sabe hacer goles, la que dependía de gestas ajenas, fue cerrando los ojos para llorar a mares, que de eso sabemos todos. Y se acabó el partido y los cuerpos de amarillo quedaron tumbados en la cancha, desparramados como sombras sin sombra, como fantasmas errantes que asumen la penitencia de cuatro años.
Colombia quisiera despertar de su sueño y creer que esto no pasó, que esta crónica fue una pesadilla, un error, que Perú sí perdió, que la Selección sí clasificó al repechaje, que aún se puede ir al Mundial, y que la tristeza y las lágrimas y la rabia y la desazón y este tronador silencio no son la cruda realidad.